Mireya Hernández, periodista y escritora madrileña, es la reciente ganadora del XXX Premio Literario Café Bretón y Bodegas Olarra. Presentó su obra Vidas cruzadas casi al límite del plazo pero convenció al jurado con una obra que, como se cita en el acta del premio: «quiere trazar una cartografía de los últimos 150 años a partir de algunos de sus personajes más emblemáticos: poetas, fotógrafos, artistas, cineastas, músicos, políticos, activistas, líderes espirituales…». Charlando con ella vamos a ver si descubrimos quién es, de dónde viene y a dónde va con este premio a cuestas.
¿Cómo surge el proyecto Vidas cruzadas? ¿Cuál es la chispa que lo pone en marcha? ¿Qué es lo que te atrajo?
La idea parte de una serie de textos que publiqué en El Cultural bajo ese mismo título, que tomé prestado de la película de Robert Altman basada en los relatos de Raymond Carver (es, por tanto, un nombre provisional). Mi intención era que, al igual que en la cinta, los personajes de mis textos se cruzaran, ya fuera brevemente o a lo largo de toda su vida. Pero, pese a insertarse dentro de un contexto, se trataba de episodios aislados donde la mayoría de las coincidencias quedaban ocultas. Fue hace unos meses que empecé a descubrir muchísimas conexiones y decidí transformar la idea inicial en una más compleja: contar nuestra historia más reciente a través de una colección de historias mínimas y dibujar una especie de mapa de la sociedad contemporánea.
¿Qué cuenta Vidas cruzadas?
Mi intención es mostrar cómo ha cambiado el mundo en el último siglo y medio. Que a través de los distintos encuentros veamos las transformaciones que se han producido en la sociedad desde el comienzo de la Segunda Revolución Industrial hasta los albores de la revolución digital.
¿Por qué elegiste contar la historia a través de personajes célebres?
Más allá del componente anecdótico, me interesa que los personajes públicos se conviertan en personas, que se desenmascaren unos a otros y se parezcan a la gente común y corriente, con su acervo de dudas, miedos e inseguridades. Al alejarlos de las cámaras nos acercamos a ellos y empezamos a verlos como si fueran amigos o parientes, porque en el fondo sus vidas no son muy distintas de las nuestras: nosotros también organizamos cenas, nos emborrachamos, escribimos y jugamos al ajedrez. Al final las estrellas están en la tierra, como decían en La infancia de Iván. Y solo así, una vez desprovistos de brillo, pueden contar la historia sin que los lectores tengan que sentarse en las gradas.
Imagino que tuviste que realizar una selección de estos personajes, ¿cómo fue esta selección, o tenías muy claro desde el principio cuáles eran los protagonistas de tu relato?
Bueno, la selección inicial aún no es definitiva. Un libro, al menos en mi caso, se hace sobre la marcha. Siempre hay un componente de misterio, un secreto no revelado que, con suerte, se descubre al final del proceso. Pero hay muchas historias que quiero contar y muchos momentos históricos que quiero que aparezcan, porque esto no deja de ser una especie de retrato de la sociedad contemporánea más reciente. Así que, al margen de qué personaje incluya en la colección o cuál se quede fuera, me gustaría que el libro hablara de ciertos momentos estelares, por decirlo con palabras de Stefan Zweig.
Una vez que tienes la idea y el proyecto, llega el desarrollo. ¿A qué desafíos te enfrentas?
El mayor reto sin duda es el de incluir tantos acontecimientos históricos sin perder de vista las pequeñas historias que les sirven de marco. Da un poco de vértigo pensar que los protagonistas de estos encuentros nos van a permitir atravesar dos guerras mundiales, la Revolución rusa, la Guerra Fría, el apartheid, la Gran Depresión, el auge del fascismo y el comunismo, el holocausto, la carrera espacial, la segregación racial, la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y que a partir de ellos vamos a asistir a la alianza definitiva entre la alta y la baja cultura y a ver cómo disminuye la distancia entre los grandes bloques económicos. Contar todo eso sin perder de vista a las parejas de baile de cada relato y sin que parezcan entradas de la Wikipedia no es fácil, pero sería un aburrimiento si lo fuera.
¿Cómo afrontas la escritura del libro? ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cuál es el sistema de documentación?
Primero suelo hacer una labor de investigación –leo libros, artículos y cartas, veo películas y fotografías– y voy tomando notas, y después me siento a escribir. Cada capítulo tendrá su propio proceso. En algunos la documentación será más exhaustiva que en otros, pues me extenderé más en la parte histórica que relate, y en otros será más liviana. Al final cada historia me pedirá un tiempo determinado. Es imposible conocerlo de antemano. En ese proceso iré descubriendo cosas que no estaban en las notas ni en las ideas iniciales. Creo que esa inconsciencia es lo más interesante de escribir. No saber nunca bien a dónde vas a llegar te permite mayor libertad y te recompensa con un montón de sorpresas. Es como ir por la selva con un machete, como intentar salir de un laberinto. Me parece mucho más divertido que ir con un gps.
¿Qué te llevó a explorar la correspondencia entre los personajes en tu libro?
Las cartas, junto con los diarios, son el modo más fiable de conocer bien a una persona. Si hay algo de verdad en ella es lo que le cuenta a alguien (o a sí misma) en privado, alejada de los focos y de los micrófonos, con el pelo revuelto y quizá una botella de ginebra vaciándose a su lado y manchándole el pijama.
¿Cómo te decides a participar en el Premio Literario Bodegas Olarra Café Bretón?
Alguien me habló de él cuando estaba viviendo en Iowa y pensé: me voy a presentar, porque no hago más que escribir crónicas, ensayos, diarios y textos de no ficción. Ahora es donde más cómoda me siento. Así que probé suerte y me aseguré de que el matasellos de Correos marcara la fecha adecuada. Y por los pelos lo conseguí.
¿Qué significa ganar el Premio Olarra de Literatura con tu proyecto Vidas cruzadas?
La oportunidad de poder dedicarme a lo que quiero durante unos meses sin tener que trabajar en cosas que me dejan sin tiempo ni energía para escribir.
¿Qué importancia crees que tiene el arte y la literatura para reflejar la sociedad y la historia?
Aparte de proporcionar un placer estético y enriquecer el espíritu, el arte promueve la reflexión. Eso ayuda a que, en contacto con él, el público amplíe su visión del mundo y de sí mismo. El arte es tan real como la propia vida, y tiene un poder increíble. Como viene diciendo la filosofía desde hace siglos, es algo que nos humaniza y que nos refleja. Sin arte, sin literatura, no sabríamos muy bien quiénes somos, y sin duda nos embruteceríamos. En un cuadro de Goya o una canción de Dylan o un poema de Emily Dickinson están de alguna manera todas nuestras virtudes y nuestras miserias, y de un modo tan condensado y fiel que asombra. Al final el arte es como un espejo en el que mirarnos, pero que también nos mira.
¿Cómo influyen tus experiencias en diferentes lugares del mundo en tu obra literaria?
Quiero pensar que la enriquecen. «La gente tiene miedo de lo que no entiende», decían en El hombre elefante, de David Lynch. Yo nunca he tenido miedo a lo desconocido, y por eso me he mezclado con todo tipo de gente y me he aventurado siempre que he tenido la oportunidad. El hecho de haber vivido en sitios tan dispares como Guinea Ecuatorial o Gales me ha obligado a adaptarme a realidades muy diferentes en tiempo récord, y todas esas experiencias se han ido filtrando de alguna manera en lo que escribo. En Estados Unidos, por ejemplo, me he vuelto menos narradora y más coleccionista de instantes, menos clásica en la manera de contar y más defensora de lo imperfecto y lo incompleto. Quizá sea una consecuencia lógica de tanto deambular.
¿Qué esperas que los lectores obtengan de Vidas cruzadas?
Me gustaría que tras la lectura pudieran unir los puntos y formar un retrato del último siglo y medio, que el libro fuera como un catalejo por el que mirar hacia el pasado y entender mejor quiénes somos, de dónde venimos y quizá también adónde vamos.
Mireya Hernández, que a punto estuvo de nacer en un cine de Madrid y que lleva el nombre de la protagonista de un libro francés, es periodista, profesora, traductora, correctora y ahora también ganadora de la 30º edición del principal premio literario de La Rioja.
Ha enseñado inglés y español en Guinea Ecuatorial, Gales, Lisboa y EE UU. Ha vivido en Buenos Aires, Cuba, Dinamarca y varias ciudades españolas, escribió su tesina sobre Elvis Presley y ha pinchado discos bajo el nombre de Juana de Arco. Ha entrevistado a numerosos y variados personajes, escrito cuentos y tres libros: Meteoro (Caballo de Troya, 2015), Modos de caer (Newcastle, 2021) y Jonas Mekas. El paraíso recobrado (Zut, 2023).
También ha participado en un programa de cine de Radio 3 y traducido para Siruela y Acuarela Libros. Recientemente recibió una beca de verano en Iowa mientras cursaba un Máster de Escritura Creativa, y antes de irse trabajó como lectora editorial, gestora cultural y librera y creó Escucha el arte, un proyecto de audiodescripción para personas ciegas.